Estoy confuso. Y eso que tenía un plan simple a más no poder. Una meta clara. Vas a dar la vuelta al mundo. No puede haber cosa más simple. De Barcelona a Barcelona, avanzando siempre hacia el oeste hasta que vuelves a estar en casa otra vez. En algún momento.
A no ser que, inesperadamente, se te interponga un continente por medio. Entonces te ves obligado a abandonar la ruta que parece lógica y a virar al norte o al sur al tiempo que te das cuenta de que el viaje podría demorarse un poquitín más. Pero ¿por qué tener prisa? Das un rodeo por acá o por allá y ya está. El verdadero plan se convierte ahora en el viaje en sí, en las vivencias, en el camino. En sentirte disuelto por los grandes océanos del planeta. Volver a V – I – V – I – R, como ya dije al arrancar esta odisea.
Ahora bien, desde que a comienzos de febrero partimos de Yibuti y nos adentramos en el mar Rojo, se ha apalancado en mi cerebro el pensamiento latente de que ya pronto este viaje habrá llegado a su fin. Y eso, pese a todas las vibrantes vivencias que están aún por llegar en Yemen, en Sudán, en Egipto, pese a la cultura islámica tan ajena y sorprendente, pese a la pobreza opresiva, pese a los espectaculares y emocionantes fondeaderos tras los arrecifes de coral. Ese pensamiento se ha enquistado en mí con fuerza. Una leve melancolía se extiende por mi alma.
A mediados de mayo somos expulsados súbitamente del canal de Suez como el tapón de corcho liberado de una botella de cava espumeante. Aunque se trata de la misma agua salada de mar como en todas partes, aunque nos escoramos con el viento y nos columpiamos con las olas igual que siempre, aunque desde hace semanas nos adelantan con majestuosidad los mismos gigantescos buques portacontenedores, ahora, en una fracción de segundo, todo nos resulta distinto. Nos resulta real. Estamos de vuelta en nuestro mar doméstico. Nuestro mar Mediterráneo. Nuestro hogar. Hemos llegado. Y es que allá enfrente, pese a que aún se halla a una distancia de mil seiscientas millas náuticas, está Barcelona. El presunto final.
Ya pronto se hace de noche y los últimos buques portacontenedores anclados quedan a nuestras espaldas. E igual que miles de veces anteriormente, volvemos a pasar al modo nocturno. Chalecos salvavidas, líneas de vida, linternas frontales, el salón se convierte en un dormitorio. Imma hace la guardia hasta las dos de la madrugada, a mí me toca después hasta entrada la mañana. Todo vuelve a ser como siempre, han quedado olvidados el final del viaje y la melancolía. Navegamos hacia una meta desconocida, cualquiera que sea ésta.
Dos días después arribamos a Ayía Napa en la costa meridional de Chipre, un flamante puerto deportivo con una arquitectura de primera. La vida aquí es muy europea, tienes a tu alcance todo tipo de lujos, en los restaurantes te sirven una exiquisita cocina mediterránea y buen vino. Qué contraste con Egipto. También nos entusiasma la capital, Nicosia, una cultura innovadora casi como en nuestra tierra, en el barrio barcelonés de Poblenou. Sin embargo, Chipre se encuentra fuera del espacio Schengen, así que todavía no estamos del todo como en casa.
En Finike, en la costa sur de Turquía, damos un paso atrás inesperadamente. Volvemos a oír la llamada a la oración del almuédano mientras todavía estamos tumbados en la cama. Todo vuelve a estar simpáticamente desordenado, y en lugar de los europeos, los omnipresentes aquí son los rusos. Vamos remontando la costa despacio y ya casi me siento como si estuviera de nuevo en Egipto.
A tan sólo unas pocas millas de distancia de la costa se encuentra Cos, nuestra primera isla griega. Qué absurdas son las fronteras, señor. Aquí ya no es necesario estampar el sello en el pasaporte, el papeleo portuario se resuelve sin problemas. El velero puede permanecer aquí sin restricciones. Estamos en Europa. «Ahora sí que hemos dado de verdad la vuelta al mundo», dice Imma. Por la noche festejamos una vez más nuestra circunnavegación con ouzo, tzatziki y souvlaki. Entrada ya la noche regresamos dando tumbos hasta el Tuvalu anclado.
Dentro, una noticia nos sobrecoge como el mazazo de una ráfaga de viento en una tormenta e ipso facto volvemos a estar sobrios. La mamá de Imma se está muriendo. A la mañana siguiente, ella toma precipitadamente un avión a Barcelona; por suerte nos hallamos cerca esta vez. La muerte de su padre, en el 2011 mientras navegábamos por el Caribe, se abre paso inevitablemente en nuestras mentes.
Entretanto, el velero me lleva de aquí para allá hasta que finalmente encuentro un amarre en el puerto deportivo de Leros. Aquí están también Miguel y Dora con su Oceanovi, quienes en el año 2010, en un encuentro casual en Miconos, nos animaron decisivamente a circunnavegar el planeta con un velero. «Tendría mucho sentido que pusiéramos el punto final a nuestra circunnavegación en ese lugar», había dicho Imma. Pero ahora está en Barcelona, y yo me reúno con ella.
Dos semanas después regreso de nuevo al Tuvalu, mientras que Imma sigue lidiando en Barcelona con el pasado de su madre. Así que otra vez me convierto en un marino solitario. Siento una conexión genuina y profunda con mi yate. Con el mar.
Se dice que una circunnavegación queda completada cuando has cruzado la línea de salida. Así pues, esa línea se encuentra en Miconos, sólo quedan unas pocas millas de nada para rebasarla. Dos semanas después llega el momento; Imma regresa a bordo en la costa meridional de Miconos. Navegamos las dos últimas millas otra vez juntos, hasta la bahía sureña de Rinia. Allí donde nosotros —Imma, el Tuvalu y yo mismo—anclamos el 17 de julio de 2010, antes de virar de nuevo hacia Barcelona para emprender a continuación el Gran Viaje.
Partimos juntos, regresamos juntos. Durante doce años avanzamos sólo hacia el oeste. Con cuarenta y cinco mil millas náuticas por delante, sorteando con testarudez y empeño todas las contrariedades e ilusionándonos en lo más hondo de nosotros con esta vida en el mar.
Ahora ha quedado completada por fin nuestra vuelta al planeta. Magallanes y Elcano fueron los primeros en realizarla en el año 1522, e innumerables personas después de ellos. Para nuestro mundo, esta circunnavegación ha dejado de ser una hazaña verdadera. Y, sin embargo, también nosotros hemos cruzado hoy nuestra línea de llegada. Hemos llevado a cabo la vuelta al mundo. Con ello hemos constatado, incluso para nosotros mismos, algo que es evidente desde hace ya mucho tiempo. En incontables horas, días, semanas y años en el mar, con paciencia, con perseverancia, con profundidad, de una manera única y verdadera, ahora somos plenamente conscientes de ese hecho, sí. El planeta es redondo.
Miconos, Grecia, julio de 2023
Imágenes Mediterráneo:
Imágenes Canal de Suez:
¿Donde esta Tuvalu? Aqui:
Felicidades Tuvalu!!
Felicidades Imma!
Felicidades Hans!!
Uno de los mejores regalos con el que mi particular vuelta al mundo me ha obsequiado es haberos conocido. Recuerdo a Imma en Cairns, Australia, acercándose al Thor y en su inconfundible acento catalán preguntarme: ¿qué eres español?.
Hoy habéis conquistado el planeta. Bienvenidos a club de los intrépidos navegantes que han circunnavegado el puto globo. Lo celebraremos por todo lo alto. Espero veros muy pronto en un March Race Thor / Tuvalu que haga palidecer a los Copa América. Un gran abrazo y mi más sincero aplauso.
Gracias por compartir, felicitaciones en hacer realidad los sueños!! Abrazo del Río de la Plata
Enhorabona!!
Que gran vivencia. Esperamos poder hacerlo nosotros también.
Un fuerte abrazo.