Ya nos lo hubiéramos podido imaginar. Los primeros cuatro días de nuestra travesía eran perfectos. No es por nada que estudiamos intensamente las previsiones meteorológicas actuales, consultamos todos los libros y expertos sabios de la meteorología marítima, bailábamos alrededor del mástil suplicando a Neptuno, y nos fiamos de nuestra intuición. Así la ruta elegida hacia el sur es de lo más exquisita; la ola larga famosa del Pacífico, vientos moderados de aleta, una vida a bordo de lo más agradable. Comemos como en casa sentados en la mesa y soñamos con James Cook del mar de sur.

Justo cuando estamos actualizando los datos meteorológicos más recientes (alegrándonos que gracias al posible efecto El Niño podríamos esperar una navegación plácida hasta las islas Marquesas), empieza a soplar fuerte. Treinta minutos más tarde surfeamos las olas en un mar revuelto, con el segundo rizo en la mayor puesta y la génova muy reducida. «Hubiera sido increíble ya que todos se quejaban y se quejan del mar agitado  y solo en el TUVALU se sienten como en el lago de Zúrich», nos escriben los ULANI’s desde Bora Bora – a ellos el mar les sacudió el año pasado. Tienen toda la razón, pero hubiera sido bonito igualmente.