Es ese momento de la llegada. Lentamente identificando en el horizonte tierra, como una franja de color verdoso estrecha, un olor de selva pasa brevemente por la nariz, aves terrestres comienzan a dar vueltas, las olas se moderan, el color del agua de azul profundo cambia a turquesa. Definitivamente se confirma que nuestras cartas náuticas no son un espejismo, dejando atrás el horizonte sin fin, las noches con pocas horas de sueño, las interminables subidas y bajadas, las manos incrustadas de sal. Luego bajamos las velas, encendemos el motor y se nos presenta delante ya con toda claridad una hermosa bahía. A continuación Imma prepara el ancla en la proa, empujándola ligeramente hacia adelante, define el fondeo apropiado justo al borde del coral brillante de color, los primeros peces arco iris nos circundan, luego el ancla cae en el agua con un fuerte ruido metálico y después de dar brevemente marcha atrás reina otra vez el silencio absoluto. Paz, dulzura, alivio, tal vez orgullo. Un suave chapoteo de las olas pequeñas en el casco del TUVALU meciéndolo suavemente, ya olores intensos de la selva, de hojas, frutas y cocos, un gallo canta, entre las palmeras observamos una cabaña cubierta de hojas, una larga playa de arena invita sonriendo a nuestros pies caminar en ella. El acercamiento a un nuevo mundo completamente desconocido.
Por supuesto todavía existen paraísos en este mundo. Los Rotumaneses nos cuidan con su amor y su extraordinaria hospitalidad. Nos invitan a comer, nos regalan frutas, quieren saber como fue ahí fuera („you are really breave!»), juegan con nosotros a la petanca, cantan con y para nosotros en la Iglesia y siempre tienen tiempo para una agradable charla. Nos dejan un scooter para dar la vuelta a la isla: rocas negras de lava, inmejorables playas de arena blanca, islitas pequeñas y lagunas protegidas, exuberante selva desenfrenada con frutas tropicales, preciosos jardines de flores frente a las casas cuidados con amor, fuentes de agua dulce que vierten en el mar, una carretera de arena que une siete pequeños pueblos a lo largo del costa, una completa ausencia de turismo. Aquí el tiempo parece haberse detenido, lo que para nuestros almas marineras maltratadas es como un bálsamo. Nos cuentan cosas acerca de sus vidas, que unos tienen familia en Tuvalu, otros en Fiji, y todos ellos viven en medio del vasto Pacífico. Desconectados de los acontecimientos mundiales, dedicándose al pequeño mundo de su isla, centrado en el aquí y ahora. Nos sentimos compañeros del alma y ya estamos pensando en una estancia definitiva aquí.
Qué lugar mas increíble. No hay mal que por bien no venga.
Traumhaft und eindrücklich!