Nos sumergimos cada vez mas en el mundo caribeño. Que amable es la gente por aquí. Todo el mundo nos saluda, a pesar de mi francés ya bastante olvidado. La vegetación tropical es intensa, un verde opulento, lleno de flores. La arquitectura es sencilla, casitas de madera pequeñas pintadas con todos los colores pensables. ¡Que vida mas intensa, cariñosa y colorida por aquí!
Esta mañana fuimos a comprar sellos en la “post”. Una casita modesta de color rojo, justo en la playa. Un espacio único. Una mesa con la dependienta y delante dos banquillos de madera enfrentados para los clientes. Casi lleno nos sentamos en el ultimo rincón libre, a esperar nuestro turno. Enfrente de nosotros la abuela, la mama y la hija de unos 2 años. En cuando nos ve la pequeña, enseguida esconde su cabeza en la falda de la mama. Acaba de unos diez minutos mama intenta de sentar su hija en el banquillo. Esta solamente dirige una vez su mirada hacia nosotros y empieza a llorar desesperadamente. Empleamos todas nuestras sonrisas amables. Imma – como profesional – saluda alegremente, yo hago algún gesto tonto de payaso. No, sin éxito. Las lagrimas se intensifican. Mama y abuela nos dejan a entender que “perdon” y que aquí no se puede hacer nada.
Miramos a nuestro alrededor. Somos blancos. Los únicos.
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