Los niños se divierten con sus juguetes caseros. Risas felices, a pesar de la miseria que los rodea. Las casas a menudo son precarias y muy sencillas. Solo la pequeña mezquita con cúpula de cebolla dorada está impecable, pintada en llamativos colores verde – amarillo. Por la noche, papá pesca en el mar sobreexplotado, la verdura del proprio huerto ayuda a no pasar hambre. Aquí, la supervivencia no parece fácil.
Las chicas bailan devotamente, en suaves movimientos ondulantes, sincronizados con las compañeras del grupo. Llevan un tocado rico, colorido, están vestidas con faldas largas, todo cosido con devoción. La cara con un maquillaje ligeramente blanco, otro filtro que les permite sumergirse en su papel de princesas. Fascinados las miramos. La danza tradicional, transmitida por generaciones, profundamente arraigada en su cultura y religión.
En la pequeña tienda del pueblo, siempre hay galletas dulces, chocolate y papas fritas. Todo está embalado en plástico. Tal vez se pueda obtener leche en polvo, a menudo se puede cargar el smartphone con gigabytes frescos (que al parecer tienen todos los jóvenes). La reducción a lo esencial. Por cierto; papel higiénico no encontramos en ningún sitio.
Wayan, infinitamente viejo, está sentado en el suelo. Su rostro profundamente arrugado da testimonio de la sabiduría. En su regazo una llaúd, el sonido simple nos llega directamente al corazón. En el fondo, el resto del grupo está sentado con instrumentos de percusión tradicionales y guitarra. Luh canta armonías orientales con su voz de ángel. Uzbekistán? No, pero ya muy lejos al oeste de Indonesia.
Casi cuatro meses llevamos navegamos en Indonesia, 3000 millas. Por primera vez participamos en un rally, que nos ha permitido participar en muchos eventos culturales organizados, excursiones, fiestas con los otros navegantes, pero de vez en cuando también algo de estrés en el denso programa de un viaje de grupo. Llegamos a conocer un país lleno de contrastes, contradicciones y acertijos, con diferentes pueblos y culturas fascinantes. Pero, sobre todo, con personas muy amables, que tienen mucho entusiasmo por la vida a pesar de la pobreza. Salimos de Indonesia con más preguntas que respuestas. Por eso viajamos.
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