Después del interminable procedimiento de entrada al país en Port Vila, de las exitosas eliminaciones de nuestras selecciones en el mundial de fútbol y la superación de una bronquitis resistente, finalmente volvemos a la vida normal de navegante. Lentamente viajamos por el archipiélago de Vanuatuhacia el norte.
El domingo en Mele asistimos a la misa. Al aire libre y con hermosas canciones. Es lo que nos importa. Ya que del talk talkdel predicador no comprendemos ni una palabra. Por la noche circo en la playa. ¡Quien hubiera esperado eso! Payasos Vanuatunenses en el trapecio. ¡Increíble! En Nguna visitamos la escuela. El pueblo orgulloso de volver a tener un parvulario y un primer curso de primaria. Antes una infancia sin formación en el pueblo, pero ahora ¡con qué alegría están aprendiendo los niños! Después de una travesía a Emae sin suerte en la pesca, obtenemos de los pescadores locales cangrejos y langostas. Mejor que cualquier atún. En Epi, Lucy nos enseña su pueblecito paradisíaco. Pero en una disputa sin sentido, con el pueblo vecino, les mataron todos sus cerdos.
Nos concienciamos de nuevo porque viajamos con un velero. Ya que su movilidad sin límite proporciona un equilibrio imaginativo a nuestra opresiva sensación de estagnación y limitación,como Alain de Bottonlo describe insuperablemente. Pues, navegar como una excusa para conocer lo ajeno, culturas tan diferentes. Cuanto más remota la isla, más emocionante.
Al anochecer, yaciendo en silencio fondeado, de repente retumba, gruñe y truena. Tambaleamos hacia adelante y hacia atrás, arriba y abajo. Saltamos a la cubierta. Miramos el agua. ¿Estamos la deriva? ¿Nos hemos empotramos de nuevo en un arrecife de coral? No, un terremoto de magnitud 6.2, experimentado en el mar. Vanuatu, tierra de volcanes.
Cita: Alain de Botton; Die Freuden der Langeweile (=las alegrías del aburrimiento); 2016; editorial Fischer
Felicitaciones!
Seguramente nos crucemos al bajar y subir de latitud! Enhorabuena!