El humo gris nos rodea, los pies están en un desagradable líquido amarillo burbujeante. Caliente, insoportable, repugnante. Imma esta a punto de vomitar, una vez más. Y todo esto voluntariamente, ¿somos tontos?
En Nueva Zelanda, la placa continental asiática se mueve por de debajo de la pacífica. Las montañas crecen varios centímetros por año. El resultado son volcanes, terremotos. Y por esto; el burbujeo y el olor a huevos podridos.
A pesar de todo, como si estuviéramos impulsados por un espíritu explorador como nuestro querido Humboldt, escalamos los cráteres de los volcanes de Tongariro, cruzamos los campos llenos de líquidos indefinibles de Tangana, nos bañamos en termas calientes. Vagando por el paisaje, que se ha descompuesto con fuentes de humo en todas partes.
No es que nos guste sufrir el hedor. Porque todo esto genera naturalmente un paisaje extremadamente pintoresco. Paisajes negros, que a veces se vuelven rojos, y luego se llenan de horizontes amarillentos. En su reducción esta una estética increíble e impresionante, que a menudo nos quite el olfato.
Pasamos la noche en Totorua. Inexplicablemente una de las zonas más visitadas de Nueva Zelanda. Toda la ciudad apesta, a través de la ventana cerrada el olor a huevos podridos penetra hasta nuestra cama. Madrugando salimos de la ciudad hacia la costa. Hacia la fresca brisa marina. Subimos a una avioneta y volamos lejos. Mar a dentro hasta la White Island. Probablemente el más espectacular de todos los volcanes activos de Nueva Zelanda, pero a una distancia segura e inodora.
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