Una sombra pardusca en la selva. Permanecemos inmóviles y en silencio en la noche oscura. La espalda duele y la lluvia está goteando en el cuello. Un crujido pero no, nada, otra vez.

Al igual que millones de turistas antes, también somos víctimas de este espejismo. Vagando por los bosques, yendo sin sentido a islas solitarias, deteniendo abruptamente los paseos. Sí, allí, pero luego una vez más es solo una sombra. A pesar de que hay personas que cuentan que realmente lo han visto. El kiwi, icono nacional de Nueva Zelanda.

Ya hace unas semanas estamos de viaje en coche en la Isla Sur. Mientras tanto nuestro TUVALU sigue en Fiji en tierra, erradicando las últimas semanas de la temporada de huracanes. Saliendo de Queenstown nos dirigimos a ver los albatros de la península de Otago, luego bajamos más al sur a la isla Stewart. El supuesto paraíso de los kiwis. Luego, al impresionante Doubtful Sound con sus leones marinos. En las laderas de Johan Haast subimos la costa oeste, pasando por el glaciar Franz Joseph hacía el norte. Nos desviamos con el tren panorámico a través de los Alpes a Christchurch. Increíbles paisajes en un país perfectamente organizado. Gente amable en todas partes, a pesar de que dos de cada tres días llueve. Solo, excepto en mi müesli del desayuno: no hay kiwis a la vista.

Después de tres semanas de búsqueda, en uno de aquellos muchos días lluviosos, por fin el milagro. Ahí está, esa ave asocial, marrón, peluchín. Junto con media docena de chinos le observamos en una jaula del West Coast Wildelife Center. Escondido en la oscuridad detrás de unos arbustos. Al menos así es como me parece.